Una taza de café a rebosar reposaba encima de un montón de
papeles, dejando una oscura marca en lo que parecía ser apuntes de algún tipo
de reunión. Aquella bebida continuaba caliente, y el humo que desprendía
impregnaba la habitación de un olor familiar y acogedor.
En una de las esquinas de la mesa alguien había arrojado una
fotografía de una sonriente pareja. El marco en el que reposaba la imagen estaba
destrozado y uno de los cristales se encontraba manchado de un rojo rastro de
sangre. La sonrisa de la mujer parecía torcida por culpa de lo deformada que
había quedado la imagen. En la parte inferior de esta, se podía leer con
dificultad una frase escrita con rotulador negro que rezaba “De M.A. Para mi
pequeña bruja”.
Un pequeño teléfono no dejaba de sonar, en lo alto de otra
pila de documentos, haciendo vibrar la mesa y amenazando con tirar la taza que
se tambaleaba silenciosamente. Un hilillo de aquel líquido oscuro se deslizó
por la taza y los papeles, llegando a una carta bastante manoseada, como si
hubiese sido arrugada y alisada varias veces consecutivas.
Un montón de pañuelos de papel usados se extendían a lo
largo de la mesa, impidiendo averiguar el color del escritorio. Bolígrafos y
otros materiales estaban desperdigados, dejados allí como si su dueño hubiese
salido presurosamente. Lo que más resaltaba de aquella mesa era un escrito
cuidadosamente subrayado con un bolígrafo fluorescente, en el que las palabras
se leían con dificultad por culpa de los borrones que habían provocado lo que
parecían ser lágrimas. El título del documento le quitaba la respiración a
cualquiera. “Testamento del Sr. Miguel Ángel de Diego”.
Estupideces que salen de un escritorio...
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