6 nov 2012

Sueños

Corre. Corre. Cada vez más rápido. Cada vez con más ganas. Cada vez más ligera. Corre. Huye de todo. Huye de este mundo estúpido. Huye de aquello que te mantiene presa. Deja esas lágrimas y esos enfados atrás. Nota tus pies sobre el suelo. El ruido que hacen.  La velocidad con la que recorren el duro suelo, rozándolo apenas. Sigue corriendo. Deja de sentir nada. Deja de oír nada, ni siquiera tus propios pensamientos. Corre. Y en el momento en el que desconectes de todo, en el momento en el que no sientas ese odio, en el que no sientas esa furia o ese dolor o esa alegría, simplemente, en el momento en el que tu corazón lata apresurado y amenace con explotar, en el que si alguien te llamase por tu nombre, no entenderías el significado de esas palabras, justo cuando llegues a esa cumbre, salta. Y vuela. Vuela y surca ríos, mares infinitos, montañas enormes, poblados pobres o ricos, campos repletos de trigo o cualquier otro paisaje. Disfruta del viento en tu cara, revolucionando tus cabellos y haciéndote sentirte más ligera, más pequeña ante la inmensidad del cielo. Cierra los ojos y siéntete libre. Libre de hacer lo que te plazca. Libre y a merced de tus sueños. 

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