26 feb 2012

Debate de dioses, parte 2

Y sacó una pistola, con la que apuntó al hombre, que en su discurso se había acercado tanto a ella que tuvo que pegar un salto hacia atrás para evitar el tacto metálico del arma en su mejilla. 
El hombre cogió aire con un pequeño suspiro que su amenazadora no oyó. No era la primera vez que le sucedía aquello. Lentamente, fue retrocediendo para darle a la mujer la impresión de que se había asustado y abrió los ojos como platos de un modo demasiado irreal. Aún retrocediendo, llegó a una estantería que había al lado de su mesa de trabajo. 
"Estupendo, ahora es solo cuestión de encontrarlo..." Pensó mientras palpaba con una mano los libros de la estantería.
-Vamos, no hace falta utilizar la violencia, no es para tanto- exclamó el hombre intentando distraer a la mujer,  mientras seguía palpando la estantería a la que daba la espalda. La mujer esbozó una sonrisa, segura de su victoria, sin darse cuenta del movimiento de las manos de su víctima. 
La mujer, con la mano que tenía libre, apartó los papeles que había en el escritorio tirándolos al suelo. Algunos papeles fueron a parar en el fuego de la chimenea que había enfrente del escritorio y se convirtieron en grises cenizas ante la horrorizada mirada del hombre. Sin dejar de vigilar cualquier movimiento sospechoso,  la mujer se sentó encima de la mesa.
"¡Mierda!, ¡El trabajo de 2 años echado a perder!" Pensó el hombre, y olvidándose por completo que la mujer estaba armada y que tenía que conseguir escapar de allí, dejó de palpar la estantería y, de un salto, se abalanzó a la chimenea, se agachó y metió las manos en el fuego carmesí, sin dar muestras de quemarse, intentando salvar algún cacho de papel. El fuego devoraba sus manos sin causarle daños físicos, y como si eso le enfadase, empezó a soltar chispas que abrasaron su cara y cuerpo, dejando profundas quemaduras,  que al cabo de unos instantes, desaparecieron sin dejar rastro. Había mucha ceniza y también madera quemada, pero no había ni rastro de los documentos. El hombre golpeó con rabia el suelo, y unas lágrimas rodaron por sus mejillas. Con el rostro desencajado por la rabia, el hombre se levantó y se acercó a toda prisa hacia la mujer, con el brazo doblado y el puño preparado. Pero la mujer, que había estado contemplado todo el rato la reacción del hombre, fue más rápida. Apuntó hacia el corazón del hombre con la pistola, y apretó el gatillo.

UNOS SEGUNDOS ANTES, A MILLONES DE KILÓMETROS...

En la inmensidad del espacio. Ningún sonido. Pero eso no resulta inquietante. Aquí nunca se oye nada. Las estrellas decoran el espacio con sus luces mágicas, como guirnaldas a un enorme árbol de navidad. Ellas son la cosa más bella del universo. Sus luces transmiten paz a los ojos que las  ven. Los torbellinos de todos los colores que forman las galaxias abundan.  Todas esas galaxias tienen un nombre, y a su vez un pequeño universo con sus correspondientes planetas, sus estrellas, sus satélites, sus cometas y todos aquellos seres que les pertenecen. A su vez, todos sus planetas al igual que algunas estrellas habitadas y el montón de satélites con vida,  tienen su historia conjunta, En todos esos lugares existen poblaciones de distintos tamaños, olores, religiones,… No existe un único ser igual en todo el universo. Cada ser tiene su historia. Una historia más o menos completa. Feliz. Triste. Alegre. Solitaria. De amor. De amistad. Muchos tipos de historia distintos. Todos son únicos. 
Estamos exactamente en la segunda mayor Galaxia de todas. La Galaxia de Amintor, “el guardián”. Tiene miles de planetas y de estrellas. Todos de color azulado. No se detecta ni un movimiento. De pronto se oye un lastimero quejido. Como si todos aquellos seres se hubiesen puesto de acuerdo para gritar, un grito que le destrozaría los tímpanos a cualquier ser. Un grito desgarrador, como si una bomba hubiera estallado. El único sonido que se hubiese oído jamás en esa galaxia.  Y de pronto, sin previo aviso más que ese grito, la mitad de todas aquellas constelaciones  prendieron en llamas, tiñendo de rojo el cielo. Estuvieron quemándose durante unos interminables minutos, reduciendo en densas cenizas lo que antes eran civilizaciones enteras de seres vivos e inertes. El fuego se fue avivando cada vez más y empezó a carbonizar el resto de los astros. Los cometas, guiados por una fuerza invisible, se chocaron contra los planetas. Aquello era un silencioso caos .
Y súbitamente, todo volvió a la tranquilidad.
Y de aquellos astros que habían estado bañados en fuego, no quedaba más que las cenizas que se disolvían en el viento.
Quedaban menos de la mitad de las constelaciones que habían antes.
Lo que sucedió después, fue tan rápido que ningún ojo humano podría haberlo detectado. Todos aquellos asteroides fueron aumentando de tamaño a una velocidad de vértigo, hasta doblar su tamaño. Y en ese instante, con un sonido muchísimo mayor que el grito, explotaron. Se reducieron en minúsculas motas de polvo que más tarde, bañarían la mañana de alguna muchacha enamorada. 
Nunca más se escuchó ningún sonido que proviniese de esa galaxia. Tan grande resultó ser la explosión, que acarreó la destrucción de varios planetas de otras constelaciones.
Y allí acabo su historia. La historia de millones de felices generaciones. Y sin saberlo, fueron el primer paso para crear el planeta que lo cambiaría todo con sus ansias de poder y de expansión.
Ese planeta que sería creado por una adolescente de 14  años.
Un planeta creado por el odio que le reconcomía.
La tierra.

TO BE CONTINUED... :)


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